El caballo criollo es la raza característica argentina y cada año son más quienes lo crían, lo utilizan para las duras tareas del campo, o lo disfrutan en sus momentos de ocio.
El caballo criollo es descendiente del caballo ibérico traído por los conquistadores españoles a América. Un compuesto genético de caballos de sangre caliente derivado del caballo berberisco del norte de África, del caballo del Valle del Guadalquivir en Andalucía y otros que se agrupaban en el género de caballos de trabajo llamados "jacas" o "rocines". Ya en América, algunos de ellos escaparon de las haciendas y misiones religiosas o fueron robados por los indios. En el campo formaron grandes tropas y expuestos a un entorno salvaje, la selección natural y la endogamia, les fijaron características genéticas propias. Cabe indicar que estas líneas genéticas están total o virtualmente extinguidas en la España y Portugal actuales.
Los especímenes equinos traídos a América no eran caballos seleccionados para la reproducción, eran caballos rústicos y valientes usados en España para el trabajo. No había licencia real para exportar caballos de selección que pudiesen constituir lotes de fundación, exceptuando los regalados por los reyes a otros gobernantes de la Europa del siglo XV y XVI, como los caballos usados para la formación del Lepizzaner.
Hasta que no se reprodujeron en abundancia, los caballos traídos a América poseían un elevadísimo costo debido a su gran valor práctico y táctico y a su escasez inicial.
Los caballos entraron en Argentina a través del Perú, del puerto de Buenos Aires y de Brasil. Pero la corriente introducida por Buenos Aires es considerada la más importante, los traídos por Pedro de Mendoza al fundar la Ciudad de Buenos Aires en 1536.
Más tarde, Mendoza debió abandonar Buenos Aires obligado por la defensa de los indígenas, y dejó los caballos, que una vez sueltos se reprodujeron prodigiosamente merced al bioma de praderas y pastizales y clima templado típico de la Pampa Húmeda. Tanto, que al llegar Juan de Garay, en 1580 al Río de la Plata consideró a las caballadas como “fantásticas” (abundantes y de excelente calidad).
Sólo los más fuertes lograron sobrevivir y reproducirse, aprendiendo a defenderse de los peligros tales como pumas y otros depredadores, soportando además climas extremos. Los pueblos aborígenes, increíblemente adaptables al "monstruo invasor", aprendieron primero a alimentarse de su carne, y después lograron una relación simbiótica con el caballo, a tal extremo que en el presente se sigue ampliando el estudio de la "doma india".
Volviendo a la reproducción y origen de los caballos en el territorio argentino: si ya desde inicios del siglo XVI quedaron caballos libres y se reprodujeron masivamente, estos caballos o baguales cimarrones pasaron a ser considerados "realengos", es decir posesión de la corona española, aunque en la práctica eran utilizables por cualquier persona habilitada, como los campesinos libres -luego gauchos-, que hicieron de los caballos uno de sus principales medios de subsistencia y un símbolo de prestigio (pingo es uno de los nombres dados al caballo y al pene).
En cuanto a los indígenas, especialmente los del sur, si por un lado amansaban a los caballos de un modo casi nada violento, era común que consumieran como un manjar la carne de yeguas.
Por otra parte ciertas características de algunos caballos criollos ha hecho suponer que pudieran poseer algún acerbo genético asnal debido a un incidental cruce con una -excepcional- mula fértil (el territorio argentino fue centro de crianza masiva de mulas para el transporte de minerales preciosos desde las montañosas regiones del Alto Perú).
Después de 1816, tras la independencia y debido a la creciente europeización en todos los ámbitos de la vida argentina, el caballo criollo fue dejado de lado como raza y mestizado con sangres extranjeras en la creencia de que así se lo mejoraría. Se lograron caballos de mayor altura y más veloces, pero todo ello en detrimento de la resistencia a la fatiga y a las condiciones extremas. Parecía que el fin había llegado para esos nobles caballos.
Hubo un grupo de estancieros leales a las aptitudes del caballo criollo, que mantuvo sus animales sin mestizar, con las características adquiridas a través de 400 años de selección natural. A principios del Siglo XX, pese a todo, aún existían caballadas salvajes en la Patagonia, y también cerca de Buenos Aires, en los relictos de Sierras de la Ventania o Sierras de la Ventana y Sierras de Tandilia.
La recuperación del caballo criollo, con una selección científica, la lideró Emilio Solanet. Con un grupo de criadores fundó la Asociación de Criadores de Caballos Criollos, recuperando la raza, convirtiendo al caballo criollo en un caballo versátil, económico, rústico y dócil.