Desde las tierras de caza escocesas, nos
llega una raza de terrier incansable a la que perfilan características
muy reseñables. Tanto su carácter intrépido
e independiente como su alta capacidad para desenvolverse, hacen
del scottish terrier, un can ejemplar y apreciado. Siempre está
buscando estrategias, desempeñándolas con rabiosa
vitalidad. La energía que emana este can es casi impensable
teniendo en cuenta su pequeño tamaño. No es un
perro tranquilo precisamente, es un puro nervio.
La historia del Scottish Terrier es común
a la de los demás Terrier de Escocia. Hay quienes afirman
que el primer Terrier escocés era un Cairn, otros opinan
que era un Scottish o un Skye; lo que sí está
claro es que cualquiera de ellos provenía de una raza
que desde tiempos ancestrales se utilizaba para la caza de animales
de madriguera. De la época romana data una pequeña
estatuilla que representa a un perro de caza de las tribus celtas
de aquellos tiempos; este animal se parece bastante al actual
Scottish.
A pesar de su antigüedad, no es hasta
el siglo XIX cuando aparecen las primeras informaciones específicas,
que, aunque definían ejemplares con las mismas características
que los actuales Scottish, recibían el nombre de Skye
Terrier.
Uno de los criadores más importantes
de la raza fue sir Payton Piggot, quien presentó los
primeros ejemplares en 1873. Sin embargo, no fue hasta 1890
cuando el Kennel Club hizo oficial el nombre actual, llamado
hasta entonces Aberdeen, lugar donde se seleccionaron los primeros
ejemplares. Ya en 1881 se convocó la primera reunión
oficial de sus seguidores y criadores, y en 1883 se fundó
el club de la raza.
Las diferencias entre los primeros canes y
los contemporáneos son que aquéllos tenían
un cuerpo más alargado, menos corpulento, además
de que su cabeza era más corta y su mandíbula,
más ancha.
En Estados Unidos fue muy popular en las primeras
décadas del siglo XX, debido principalmente a que Roosevelt
poseía uno que le acompañaba a todas partes y
con el que se retrató en más de una ocasión.
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