Alieska, nombre ruso de los territorios que Estados Unidos
compró en 1867 a la Rusia zarista, país que
la había ocupado en el pasado para asegurarse el
monopolio de pieles, demostró ser un territorio muy
frío pero muy rico en oro, ese preciado bien que
muchos de los primeros colonos de las tierras americanas
buscaron con desesperación. En esa búsqueda
utilizaron al perro como animal de apoyo, cuya ventaja principal
frente a los caballos y los mulos era que no necesitaban
pastos para alimentarse, muy escasos en esos territorios
tan frecuentemente cubiertos de nieve.
Esos primeros perros siberianos —criados por los
chukchi, un pueblo esquimal asiático, que los seleccionaba
como animales de tiro— fueron importados por William
Goosak, un comerciante de pieles ruso, quien los inscribió
en una de las carreras de perros más famosas de la
época, la Sweepstakes. En ella quedaron clasificados
en la tercera plaza, por lo que otro gran aficionado a las
carreras, Maule Ramsay, un propietario minero, importó
otros ejemplares desde Siberia que alcanzaron puestos destacados
allí donde compitieron.
Su popularidad fue creciendo hasta 1925, momento en el
que se convirtieron en auténticas estrellas al participar
en el transporte por trineo de un importante tratamiento
para combatir una epidemia de difteria en Nome, a 658 millas
de la estación de tren más cercana.
Al principio, como es lógico, tenían disparidad
de tipos, ya que la selección no se hacía
según un estándar. Uno de los criadores más
destacados fue Seppala, quien pudo adquirir perros de esta
raza de un envío truncado por el inicio de la I Guerra
Mundial destinado al explorador Amundsen en 1913. De este
criador eran los primeros ejemplares de otro criadero famoso
afincado en Maine, Poland Spring Kennels. En 1932 surgiría
el primer Siberian Husky campeón de Estados Unidos,
«Northern Light Kobuc Igloo Pak»; dos años
después de que la raza fuera reconocida oficialmente
en ese país y el mismo en que fue publicado su estándar,
aunque éste fue revisado en 1938.